martes, 19 de abril de 2016

Este hueco de torpe inexistencia

A mi amigo Emilio Sáez Ros

Emilio Sáez Ros
Nunca se olvida la última conversación que se mantiene con alguien. No se olvida porque el recuerdo la hace y rehace constantemente, sesgando, añadiendo, cortando, matizando, otorgándole la importancia que en su momento no tuvo, pues cómo pensar que no sería una más de las muchas que hemos mantenido con esa persona sino la última. Hago mis cálculos y creo que la última vez que hablé contigo -amigo Emilio- debió ser el domingo 10 de enero, a eso de las dos de la tarde. Lo sé porque yo estaba comiendo con mis cuñados en la cafetería del hospital donde había nacido mi hijo, Jose, apenas setenta y dos horas antes. “A mi Tulia ya le falta nada”, me dijiste entusiasmado. Fue una conversación breve, como siempre han sido nuestras llamadas telefónicas, y, al final, con rapidez, considerando tal vez que me importunabas durante mi almuerzo, resolviste el diálogo sin muchos preámbulos y te despediste afectuosamente. Recuerdo que a mí apenas me dio tiempo a replicarte con un “hasta luego, Emilio”. Y claro, ahora comprenderás que me siento un poco como García Montero cuando escribió aquello de “nunca sé despedirme de ti, siempre me quedo / con el frío de alguna palabra que no he dicho, / con un malentendido que temer”, porque, de haber sabido que esa era la última vez que hablábamos, la maldita última vez, te hubiera dicho algunas cosas más, te hubiera retenido al otro lado del teléfono con cualquier excusa barata para contarte cuatro tonterías, sólo por disfrutar un ratito más de tu amistad, pero -qué demonios- imagino que uno nunca dispone de los indicios suficientes como para presentir cuando es la última vez que va a hablar con alguien. Días más tarde, tuve correo tuyo. El primero de febrero, a eso de las ocho y media de la tarde: “(…) También informarte que ya nació ALBERTO, de mi Tulia. Fue el día 18. Está muy hermoso y los padres están superencantados y no caben de alegría (…)”. La vida que a veces nos sonríe, Emilio, mientras nos apuñala por la espalda.
Del dolor no voy a hablarte. Eso es algo demasiado íntimo como para sacarlo aquí de paseo. Voy a hablarte de perplejidad, Emilio, porque estoy perplejo. Perplejo porque hay tipos deambulando por la calle, en este preciso momento, a los que habría que tomarles el pulso para poder constatar que están vivos. Gente que ya ni respira. Y tú, en cambio, estabas muy vivo. En que todavía no era tu momento, seguro que coincidimos los dos. No vamos a discutirlo. Pero tampoco puedo pedir explicaciones a nadie porque, me digan lo que me digan, me niego a entenderlo.

Portada del número 81 de la revista Puerta de la Villa.
Sabes… tú, durante años, no fuiste para mí más que el padre de Maribel y Tulia, pero llegó la ACAG para remediar eso y, a partir de entonces, hemos sido “los amigos de Gor”, como nos gustaba bromear cuando nos daban las tantas de la madrugada corrigiendo textos o poniendo en común trabajos a través del Hotmail. “Mi vista no puede más. Mañana seguimos”. Y ese par de enunciados, que nacían de tu teclado a ciento cuarenta y dos kilómetros y trescientos metros del mío, suponían el régimen de pernocta para los dos últimos goreños despiertos sobre el planeta. Quién te mandaba a ti ser tan meticuloso (el “Genealogías” nunca se cerraba hasta confirmar sus detalles más nimios, que podían ser, pongamos por caso, el segundo apellido de una tía abuela de Mengano que viajó hasta Barcelona en el asiento trasero de una DKV aquel lejano otoño del sesenta y dos o la fecha exacta de una foto cochambrosa que habías tardado semanas en reconstruir); tan preciso (tus escritos no dejaban lugar a dudas, no generaban especulaciones, pues ya te cuidabas tú de poner negro sobre blanco exactamente lo que querías decir, sin ambigüedades, partiendo siempre de una empatía casi felina que te permitía conocer de antemano aquellas reacciones, de agrado o desagrado, que tus afirmaciones acabarían por generar en cada uno de los lectores); tan sensato (los experimentos siempre con gaseosa); y tan hechicero (acabaste por convertir una labor ardua y difícil en algo totalmente mágico, pues sabías que la revista, además de una alegría enorme para muchos de tus paisanos, suponía un aspecto fundamental para la pervivencia de todo lo que fuimos y ya nunca seremos).
Puerta de la Villa: nuestra historia: nuestra vida: en poco más de noventa páginas cada cuatro meses. Sí, Emilio, la tuya y la mía también: durante 10 años.
No voy a detenerme en enumerar todo lo que he aprendido trabajando contigo. No es cuestión de aburrir a nadie. Pero sospecho que si afirmo esto así, tajantemente, es tal vez porque tú tenías muy claro que, al escribir, siempre menos es más y que -tal y como me decías en tu último correo- “la poesía es el máximum que se puede conseguir mediante el uso creativo y elaborado de elementos del léxico, figuras literarias y estructuras lingüísticas. Pero mucho mejor si eso se construye desde la naturalidad y la mayor sencillez”. En cambio, sí me vas a permitir que te agradezca el haberme enseñado a amar a Gor. Sí, amigo Emilio. No te sorprendas. Porque amar a Gor no es sólo pasear por sus calles durante las vacaciones, sestear en sus bares, reclamar nuestros palmos de río, nuestros trozos de luna, nuestros metros de novillo. Amar a Gor es, sobre todo, hacer algo por Gor. Y de eso tú estás sobrao.
A estas alturas, ya te estaría yo diciendo: “corta ya, Emilio, que con esto a tres columnas y una foto de doce con cinco por seis con dos nos vamos a dos páginas largas”. Pero yo voy a hacer lo que tú nunca hiciste: voy a hacerme caso. Lo dejo aquí, amigo. Por ahora. Recordando que nuestra última conversación debería haber sido, al menos, como ésta, que deberíamos haber estado un ratico zamorreando a la goreña, con toda nuestra retahíla de sosquerías, nuestros chascarrillos e irreverencias. Tal vez así no tendría yo dentro esto que tengo ahora y que describe mucho mejor García Montero de lo que yo lo podré hacer jamás: “ese hueco de torpe inexistencia / que a veces, gota a gota, se convierte / en desesperación”.

Artículo publicado en la revista “Puerta de la Villa”, número 81 de abril de 2016.
Emilio Sáez ha sido, durante los últimos ocho años, Presidente de la Asociación Cultural Amigos de Gor. 
Además de buen amigo y mejor colaborador.

2 comentarios:

  1. Vaya, amigo, cuántas cosas nos traes, cuántas sensaciones,(aunque en este contexto doloroso, hasta nos dices que has sido papá recientemente). No ha debido ser fácil escribir estas líneas, lamento la muerte de tu amigo, te acompaño en el sentimiento y te envío un abrazo fuerte.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La vida es así, creo. Unos vienen y otros van. Pasamos de la celebración al luto en un momento. Por tanto, celebremos mientras podamos con mucha energía. Besos

      Eliminar